Desde hace algún tiempo, suena un run-run por todo el sistema educativo, no sólo en España, sino en todo el mundo: ¿ha muerto la Universidad?
La reducción paulatina del índice de inserción laboral de diplomados y licenciados universitarios, la falta de adaptación de algunos planes de estudio a la realidad del mercado, la proliferación de proveedores de contenido y conocimiento a través de internet, el acceso cada vez más fácil a esas múltiples fuentes gracias a la Red, el surgimiento de elearning y nuevas metodologías, la demanda creciente de los nativos digitales de métodos más adaptados a su forma de entender el mundo y aprender, la incapacidad de acceso en términos económicos a determinados estudios, la insostenibilidad financiera del propio modelo… Son muchas las razones que llevan, cada día, a hablar de crisis en el modelo educativo de principio a fin, también en sus estadios superiores, los que ocupan a la Universidad.
Lo cierto es que, difícilmente desaparecerá una entidad de tanta importancia, recorrido histórico y calado para el desarrollo de una sociedad como es la Universidad. Pero, a la luz de todas las circunstancias citadas, también es evidente que la Universidad tendrá que transformarse si quiere convertir esas amenazas en retos y oportunidades.
En ese tránsito, tocará, en primer lugar y por una cuestión de urgencia, prestar más atención a las demandas del mercado laboral y de las industrias que son el motor del sistema económico, sin cuya supervivencia nada sobreviviría, tampoco la Universidad.
También será necesario aplicar nuevas metodologías, como ya se está haciendo en otras etapas del ciclo educativo,  como la Primaria o la Secundaria, que está cediendo, poco a poco, espacio a los entornos digitales y a metodologías adaptadas al mismo.
Pero sobre todo, y lo más importante, es que la Universidad tendrá que dejar de ser un mero proveedor de contenido para volcarse en la esencia del magisterio, la enseñanza, la pedagogía, el aprendizaje más experiencial, la atención a las particularidades y la potenciación de todos los talentos. Para esto, y aunque sirva de ayuda, no será suficiente con adaptarse a las nuevas tecnologías, sino que será, más que nunca, necesaria la aportación humana, personal, de cada profesor, cada profesional de la enseñanza. La atención particular a cada estudiante se adivina clave en ese proceso y para ello, la formación de profesionales competentes y competitivos de la enseñanza será imprescindible. De la misma forma, una selección más exhaustiva y una remuneración y valoración acorde se hacen también imprescindibles para sostener el modelo.
La Universidad no ha muerto, está muy viva, pero para seguir cumpliendo con su misión, tendrá que salir de su ovillo, y desplegar sus alas, las mismas que, según la teoría del caos, pueden hacer variar, por completo, el futuro con su aleteo.