Recientemente ha vuelto a surgir el debate sobre los métodos de enseñanza y lo ha hecho a tenor de los malos resultados obtenidos por países occidentales como España o EE.UU. en el último informe PISA en contraste con las buenas calificaciones concedidas a países orientales como China o Corea del Norte. ¿Qué diferencia el método educativo de Oriente y Occidente? Y sobre todo ¿Tiene realmente relación con los resultados obtenidos?
Al otro lado del Atlántico el debate se ha visto azuzado por la reciente publicación de unas memorias, “Himno de batalla de la madre tigre”, escritas por Amy Chua, una joven madre y a la par profesora de Derecho de la Universidad de Yale de origen chino aunque nacida y afincada en EE.UU. La polvareda levantada por Chua ha sido tal que ya ha cruzado a Europa y el tema ya ha sido portada de la mismísima revista Time.
Esta profesora argumenta en su libro que la educación de los hijos debe estar regida por una disciplina ferrea ya que serviría para forjar su carácter y prepararles para la realidad del mundo laboral y competitivo. Para ello se basa en los logros conseguidos por ella misma y sus compatriotas, educados en la cultura oriental de bastón y mando y que entre otras cosas ha situado a China en la cúspide del desarrollo económico.
Chua recomienda a los padres no ser complacientes con los deseos de su hijos e incluso ser impositivos en cuanto a la gestión de su tiempo no sólo en su papel de estudiante sino incluso en el ocio y el tiempo libre. Así desgrana consejos como prohibir la asistencia a fiestas de otros niños, no ver la televisión ni jugar con el ordenador, no dormir nunca fuera de casa, no participar en actividades escolares como el teatro y no apuntarse a actividades extra-escolares. Además de todo esto Chua recomienda exigir a los hijos no sólo tener muy buenas notas sino ser los mejores.
Este tipo de exigencias contrasta con las tendencias pedagógicas en boga en Occidente en las últimas décadas, que han sustituido la regleta y la competitividad por la comunicación y la colaboración, primando la auto-estima sobre la disciplina. Asimismo, contrasta con el comportamiento habitual de las familias occidentales donde nada de lo que exige Chua se lleva a cabo e incluso algunas como las actividades extra-escolares se impulsan desde los propios centros educativos.
¿Quiere decir esto que la flexibilidad es la causante del fracaso escolar? Los expertos occidentales discrepan de esta aseveración y advierten de los peligros de la alta exigencia oriental: alumnos muy disciplinados pero poco creativos, muy competitivos y poco dados a la colaboración, inflexibles y difíciles para el trabajo en equipo y sobre todo, expuestos durante su infancia y adolescencia a trastornos psicológicos (como muestran los datos de suicidio a esas edades en países como Corea del Sur).
Por lo tanto, es importante escuchar la opinión de otras culturas y observar su enfoque educativo; es probable que Occidente tenga algo que aprender de ello, sobre todo cuando la permisividad llega al extremo y se convierte al niño en un tirano que impone su voluntad a los adultos sin ningún tipo de limitación. Pero a su vez, Oriente debería mirar a Occidente y ver en países como Finlandia el ejemplo de un sistema flexible y a la vez efectivo, sobre todo porque ha depositado en los profesores toda su confianza y les ha devuelto la autoridad, que no tienen en otros lugares. Llegar a extremos nunca es recomendable y sí confiar en una Educación guiada por la máxima aristotélica de “in media virtus” (en el término medio está la virtud).